Texto extraído del Plan Director de Valldecrist, sutterlozano|studio – octubre 2019
Introducción
Tal como indica la Unesco existen una gran variedad de paisajes que son representativos de las diferentes regiones del mundo, resultado de la combinación entre la naturaleza y la humanidad, que expresan una prolongada e íntima relación entre las personas y el medio natural en el que habitan. Los paisajes culturales son ilustrativos de la evolución de la sociedad humana en el tiempo, de sus oportunidades y limitaciones sociales, económicas y culturales.
En el Congreso internacional sobre paisajes culturales y patrimonio mundial, celebrado en Madrid en 2014, se definieron los paisajes culturales como “El marco de vida de poblaciones fuertemente enraizadas en los territorios, constituyen la base de su identidad y ofrecen fuentes de inspiración creativa y herramientas pedagógicas para toda la sociedad”.
La caracterización, valoración y gestión de estos paisajes puede facilitar el desarrollo sostenible del territorio a partir de su diversidad y sus recursos culturales.
Estos paisajes han sido resultado de la acción colectiva cultural y participativa en el territorio, determinando el paisaje cultural como el proceso histórico estratificado de relación entre la naturaleza, la sociedad y la percepción e identidad de la misma hacia el escenario en el que actúa, los paisajes culturales son elemento de memoria colectiva e identidad. “Paisaje es al espacio lo que patrimonio es al tiempo.”
Desde el Observatorio de la Sostenibilidad de España se ha considerado que el paisaje posee una dimensión patrimonial que integra el patrimonio natural y cultural, reflejando la cultura territorial de la sociedad que le ha dado forma y posibilitando la creación de una identidad, cohesión social y recurso de desarrollo económico. Tal como se dispone en el Convenio Europeo del Paisaje todo el territorio es paisaje, el espacio natural, el agrícola, el rural y el urbano, los paisajes pintorescos y los degradados, todos ellos conforman el entorno que interviene en la calidad de vida de las personas que lo habitan siendo reflejo de la identidad colectiva de cada sociedad.
En el interior de la Comunidad Valenciana quedan pocas zonas que podamos definir como puramente naturales, y la comarca del Alto Palancia no es una excepción, únicamente las zonas más inaccesibles e improductivas desde el punto de vista agrícola han tenido una evolución que podría considerarse natural. Estas zonas se reducen a los espacios más accidentados de las sierras de El Toro, Andilla y Calderona al sur y de Espina y Espadán al norte, los márgenes del río Palancia, principalmente en su cabecera, y los barrancos, torrenteras, ramblas y pequeños cauces. Podemos considerar que la mayor parte de este territorio responde a un paisaje cultural, de origen antrópico, en definitiva una imagen modelada por el hombre en sus tradicionales actividades agrícolas, silvícolas o de pastoreo, o en las más agresivas de tala y carboneo o extracción minera, y por supuesto por el crecimiento de los núcleos urbanos y urbanizaciones dispersas y la creación de infraestructuras.
El Alto Palancia tiene una amplia variedad paisajística, son diversos en tipología e importancia los paisajes culturales que definen el carácter del paisaje de la comarca, que pueden agruparse en función de los factores que han influido en su creación, pudiendo desglosarse: debidos a las transformaciones agrícolas del territorio (cultivos), al aprovechamiento de los recursos naturales (recursos silvícolas, pastoreo y trashumancia, nieve, agua), valores simbólicos (paisajes monacales o espirituales, paisajes moriscos), hechos históricos (guerras, fortificaciones), y por supuesto a los distintos modos de asentamientos humanos en la geografía (poblados íberos, masías, núcleos urbanos históricos, arquitectura tradicional dispersa).
Contexto geográfico
La Cartuja de Valldecrist se localiza en la villa de Altura, en la comarca del Alto Palancia, provincia de Castellón. Es esta una comarca de transición entre el litoral del País Valenciano y las altas cotas de las montañas turolenses. Sus tierras acogen veintisiete municipios, repartidos en una superficie de más de 1000 kilómetros cuadrados y una población próxima a los 25.000 habitantes. Su marco físico coincide básicamente con la cuenca hidrográfica del Palancia, asentada sobre las últimas estribaciones del Sistema Ibérico. Orientada en sentido NW-SE, las cumbres de Espadán y Espina ponen límite a la comarca del norte, Calderona y Javalambre lo hacen en su margen meridional. Los altos páramos de Barracas enlazan Javalambre y Espina, cerrando la cuenca al NW. El piedemonte prelitoral traza un difuso limite cuando el valle se asoma al Mediterráneo, en dirección SE.
El río y sus afluentes han organizado las relaciones entre los pueblos, alineados en su mayoría en torno a los valles de estos, y condicionado las vías de comunicación con otros espacios geográficos, creándose así una red viaria casi superpuesta a la red hidrográfica. Esta red viaria, desde luego ha sido trascendental en las relaciones comerciales, en la estructuración funcional de la comarca y en el apogeo, crisis o estancamiento de los pueblos a lo largo de la historia. Además, el hecho que la comarca se encuentre en una zona de paso, ha permitido que sea habitada desde la prehistoria, creándose así un amplio catálogo cultural y monumental, que en diferentes estados de conservación, han perdurado hasta nuestros días.
No hay que olvidar que esta comarca tradicionalmente basó su economía en una producción rural agro-artesanal, sobre la que no acabaron de cuajar los tímidos intentos de industrialización desarrollados desde el siglo XX, de la que también se han conservado algunos ejemplos, caídos en desuso, y que aportan un valor añadido a la ahora conocida como arqueología industrial.
Ello ha derivado a que se deba incluir dentro del patrimonio cultural del Alto Palancia todos aquellos elementos que fueron imprescindibles en el día a día de sus habitantes, y que hoy, con los avances de la actual sociedad, han ido quedando obsoletos, y en su mayoría, relegados a un segundo plano, que desgraciadamente, en numerosas ocasiones ha acabado por deteriorar su estado de conservación, cuando no su desaparición. En este apartado quedarían recogidos construcciones y elementos como corrales de ganado, masías, molinos hidráulicos, norias, aljibes, acueductos, balsas de riego y embalses, fuentes lavaderos, etc..
Todos estos recursos, tanto los tradicionales como los históricos y monumentales, han motivado que en la actualidad el potencial turístico del Alto Palancia sea innegable, al contar con un patrimonio turístico que permite combinar un patrimonio cultural y ecológico de extraordinaria riqueza, a través de rutas histórico-culturales y de senderismo, que permite al visitante recrearse tanto de los diferentes paisajes como de los elementos arquitectónicos que en ellos se construyeron. A todo ello se une una moderna y reciente dotación de servicios turísticos (restaurantes, campings, viviendas rurales, hoteles, áreas de ocio y servicios) y una fácil accesibilidad desde el litoral y también desde el interior, ya sea por carretera o en ferrocarril.
La villa de Altura es, precisamente, uno de los municipios pioneros y destacados en el turismo de interior tanto de la comarca como de la provincia de interior, debido a su estratégico emplazamiento en la zona media del valle del río Palancia, pese a no ser bañada por sus aguas, al estar muy cerca de la ciudad de Segorbe, y no alejada de las capitales de Castellón, Valencia y Teruel, de las que dista en torno a los 60, 55 y 90 kilómetros respectivamente.
El casco urbano, a 391m. de altitud y habitado por una población próxima a los 4.000 habitantes, es la segunda localidad en tamaño de la comarca. En su término municipal se han encontrado numerosos restos de población de la Edad del Bronce, ibéricos y romanos, el casco urbano de Altura data de tiempos del dominio árabe. Tras la reconquista cristiana, pasó a formar parte del Señorío de Jérica, hasta que Martín I el Humano la entregó en 1407 a los cartujos de Valldecrist, formando parte de su priorato hasta 1835.
A partir de ese momento, la localidad comienza a consolidar una economía basada en la explotación de los recursos naturales, destacando la producción de almendras y aceite, que se incrementaran a partir de 1915 con el alumbramiento del Manantial del Berro, que abastece a la población para el riego de sus amplias huertas y para el consumo humano.
En su núcleo urbano se conservan numerosas trazas de su pasado medieval, con estrechas y retorcidas calles, portales, plazas porticadas, resto de murallas, retablos cerámicos, el pozo barroco del claustro cartujo de San Jerónimo y su notable templo parroquial dedicado a San Miguel Arcángel (s. XVIII), con un rico legado artístico en su interior, donde se conserva parte del retablo mayor de la Iglesia Mayor de Valldecrist, y la espectacular talla de la Virgen de Gracia (s. XVII) patrona de la villa. No hay que olvidar tampoco el edificio que fue la Iglesia Primitiva (s. XIII), hoy dedicado a usos culturales, la Casa Grande (s. XVII), o las dos ermitas que aun mantiene abiertas al culto, como las de Santa Bárbara (s. XV) sobre una colina que sirve de mirador, y la de la Purísima Concepción (s. XVI), próxima a la Balsa Mayor (s. XVI) y el Convento de las Tericiarias Capuchinas (s. XIX).
A todo ello cabe sumar los atractivos naturales y patrimonio etnológico que se encuentran en su ámplio término municipal (fuentes, masías, áreas recreativas, pozas naturales…), se comprende lo acertado de su conocido slogan de “Altura, conóceme y volverás”.
Estos atractivos y el contar con un clima más bien templado, genera un importante flujo de turistas de segunda residencia, que en época estival casi duplica a la población local, que ha motivado su declaración como Municipio Turístico Valenciano. Además, goza de un entorno privilegiado, que favorece a los bancales de cultivo y pequeños cerros, creando una verde campiña que contrasta duramente con los ocres de las montañas que comforman los parques naturales de Espadán y la Calderona, de los que se halla muy próximo, aunque es dentro de la Calderona donde expande gran parte de sus cerca de 130 km2 término municipal.
El Parque Natural de la Sierra Calderona está situado entre las provincias de Castellón y Valencia, ocupando una superficie próxima a las 60.000 ha, que se desarrolla principalmente por debajo de los 1.000 metros de altitud, con excepción del Alto de Montemayor (1015 m.).
El conjunto montañoso, que forma parte de las últimas estribaciones del Sistema Ibérico, surca la comarca del Alto Palancia con una alineación orientada NW-SE, separando las cuencas de los ríos Palancia y Turia, y es uno de los enclaves naturales más valiosos de la región valenciana por sus características físico-naturales e interés ecológico único.
Las zonas boscosas se hallan dominadas por el pinar, sobre todo el pino carrasco y acompañado de matorral. Los bosques de carrasca también alcanzan cierto desarrollo, aunque su presencia es muy fragmentaria y escasa, pudiendo apreciarse diferencias entre las variedades calcícolas y silicícolas según el matorral que lo acompañan. En cuanto a la fauna, la Sierra Calderona muestra una gran diversidad de ambientes, contribuyendo a la existencia de una fauna muy diversa y de gran interés, sobre todo en cuanto a las rapaces.
Muy próximo a la zona protegida del Parque Natural, se encuentra el Paraje Natural Municipal de La Torrecilla – Puntal de Navarrete, con una superficie de 331,30 ha, y hasta el incendio de 2015 poseía un alto valor ecológico por el carácter singular de la vegetación, que hizo merecedora a la zona de la figura de microrreserva de flora. Además, en los fondos de barranco, principalmente en el entorno de la rambla de la Torrecilla, aparecen pequeños bosquetes de ribera de gran valor ambiental. También posee el paraje acoge un interesante patrimonio histórico-cultural, como es el yacimiento arqueológico de origen ibérico en lo alto del cerro de la Torrecilla, considerado uno de los más importantes del Alto Palancia. Se trata de un poblado cuyos restos corresponden a una concepción defensiva y de control destinado a la protección y vigilancia del cruce de caminos y de las fuentes que afloran a su pie.
Además desde el comienzo de las culturas agro-pastoriles, la zona ha contemplado el tránsito trashumante de ganado entre el área litoral y el interior montañoso, siendo punto de confluencia de varias vías pecuarias, que en la actualidad son utilizadas para la práctica de diversos deportes de montaña.
La superficie del término municipal, debido a su condición montañosa, está mayoritariamente ocupado por cultivos de secano, y sus muchas fuentes y manantiales dispersos por su superficie han favorecido el desarrollo de una excelente explotación agrícola y ganadera, sobre todo bien gestionadas por las masías y corrales repartidos por su superficie. Buena parte de ellos son de construcción antigua, y con el tiempo fueron explotados y adecuados por los monjes cartujos durante la existencia de este cenobio hasta convertirse en importantes centros agro-ganaderos.
También a la religiosidad de este territorio se dio un fuerte impulso desde Valldecrist, pues introdujeron el culto a Ntra Sra. de la Cueva Santa, repartiendo entre sus súbditos y trabajadores imágenes en yeso de la Virgen, que portaban en sus equipajes para no perder el vínculo cristiano durante sus largas estancias por la montaña en sus labores de pastoreo.
Con el paso del tiempo, una de estas imágenes se instaló en una enorme cueva que servía de refugio de ganados, que debidamente adecentada, y debido a las propias características de la gruta, comenzó a ser frecuentada por las gentes de la zona como lugar sagrado, acondicionándose como un santuario mariano, que a día de hoy acoge a cientos de miles de peregrinos de las regiones próximas, y cuya titular es patrona de la Diócesis de Segorbe-Castellón y espeleólogos españoles.
Se trata de un Santuario situado en el interior de una gruta natural, oquedad de veinte metros de profundidad originada por un fenómeno de erosión kárstica. La única solución arquitectónica no natural está aplicada a la capilla del Sagrario: ésta se encuentra en la entrada, a nivel de la primera planta, a mano izquierda. Es de traza elíptica con decoración de pilastras con capiteles compuestos y cornisa superior, y está ubierta por cúpula ovalada sobre tambor.
En su interior se conserva el sarcófago de fray Bonifacio Ferrer, a quien la tradición atribuye ser el autor de la imagen de la Virgen. El descenso hasta la capilla se realiza mediante una amplia escalera decorada con azulejos alcorinos (s. XVIII).
En el centro de la gruta se alza un templete protegido con una reja del siglo XIX. En el interior existe un retablo de mármol con hornacina central flanqueada por dos pares de columnas salomónicas de capitel compuesto que alberga las figuras de San Joaquín y Santa Ana en los laterales custodiando en el centro a la imagen de la Virgen sostenida por el pastor y un cartujo, todo el conjunto en plata, excepto la virgen, en yeso. El retablo fue costeado por los Duques de Segorbe, que colocaron su escudo en el Altar. En la sacristía existe un retablo de cerámica de Manises del s. XVIII dedicado a la Virgen.
Exteriormente, el santuario posee una hospedería anexa al santuario, y en sus inmediaciones, aparecen las esculturas de un calvario en terracota, de Bonifacio Ferrer, como teórico autor de la imagen, y un paseo con capillitas para rezar el rosario. También existe un monumental ejemplar de almez, protegido bajo la figura de Árbol Monumental.
Además de Altura, íntimamente ligados a la Cartuja por historia o vecindad, existen también varios municipios cercanos de gran relevancia.
El primero es la ciudad de Segorbe. Episcopal y ducal, cuna de arte e historia, Segorbe es la capital administrativa de la comarca del Alto Palancia. La ciudad, flanqueada por los dos cerros que la vieron nacer, los de Sopeña y San Blas, queda en mitad del camino entre Aragón y Valencia, lo que le ha llevado a tener un importante papel en la historia del Reino de Valencia, reflejado en su núcleo urbano por la cantidad de monumentos civiles y eclesiásticos que en ella se encuentran, destacando por encima de todos la Catedral–Basílica (en origen del s. XIII), a la que acompañan numerosos edificios cívico-militares, como la muralla, torres del Botxí y de la Cárcel y puertas del perímetro amurallado medieval (de Teruel, de Altura y de La Verónica), el restaurado acueducto (s. XIV) o el Palacio Ducal, hoy Casa Consistorial (s. XVI). En estos dos últimos monumentos existen integrados varios elementos como escaleras y portaladas de mármol de colores procedentes de la Cartuja, tras ser adquiridos tras la desamortización a los entonces propietarios del conjunto. También en la Glorieta del Botánico Pau se conservan parte de las arcadas del Claustro Mayor de Valldecrist, así como en el Paseo de Sopeña.
Pero si por algo se conoce a Segorbe es por su Entrada de Toros y Caballos, fiesta de interés turístico internacional desde 2005, que a principios de septiembre atrae a decenas de miles de visitantes a disfrutar de su ambiente y gastronomía, donde la Feria del Jamón y del embutido segorbino, hace de excelente muestra de otros productos locales como su aceite o vino.
Para los amantes de la historia, que en Segorbe es larga e intensa, nada mejor que visitar los nueve museos dedicados a algún elemento significativo de la ciudad, su historia y sus habitantes, destacando especialmente el Museo Catedralicio, por su riqueza artística, en buena parte procedente de retablos, pinturas y documentos procedentes la cartuja.
Igual de importante a nivel histórico y patrimonial es la villa de Jérica, a la que pertenecía la villa de Altura en el momento en que se funda la cartuja. El núcleo urbano jericano se esparce en semicírculo escalonado sobre la falda de un monte aislado que bordea el cauce del río Palancia, al que le aportane sus aguas los numerosos manantiales y fuentes repartidos por su término, creando un paisaje de verdes parajes idóneos para disfrutar del medio ambiente.
Un recorrido por el centro histórico de la villa, declarado Bien de Interés Cultural, traslada al caminante a remontarse imaginariamente a épocas pretéritas. Y es que no hay que buscar mucho para encontrarse con algún tramo o torreón de sus tres recintos amurallados a los que se accedía a través de los portales medievales del Hospital, Teruel, San Juan, de la Sala, o el portalillo de San Roque (todos ellos levantados entre los siglos XIV y XV); las iglesias de Santa Águeda la vieja -hoy ermita de San Roque, peculiar por sus tres estilos constructivos- (s. XIV), del Santísimo Cristo de la Sangre (s.XIV-XIX), la de Santa Águeda (s.XV-XVII), o la del Socós, antiguo convento agustino (s. XVI) hoy reconvertido en un precioso Centro Cultural, que alberga en su interior interesante pinturas barrocas, y el espectacular sepulcro renacentista de los Señores del Hostalejo. No cabe olvidarse de la fuente renacentisa dedicada a la patrona de la villa, Santa Águeda (s. XVIII), ni de los restos de su castillo que conserva parte de los restos de antiguos edificios, destacando el de la Torre del Homenaje.
Pero en Jérica es la Torre de la Alcudia (s. XVII) el elemento más destacado por antonomasia, al ser la única torre de carácter mudéjar en tierras valencianas. Se alza en la parte más alta de la villa sobre un basamento pétreo, y presenta una planta octogonal dividida en tres cuerpos en degradación, decorados por ladrillos, pilastras y soportes voladizos, formando un artístico entramado de 48 m. de altura rodeado por un fortín pentagonal construido durante las guerras carlistas.
Todo este patrimonio se complementa con la visita a sus dos museos, el etnológico y el arqueológico, que albergan una buena muestra de los restos de las muchas culturas que han pasado por esta localidad. Como piezas más significativas destacar la colección de lápidas romanas, algunas de ellas de gran relevancia a nivel nacional; el pendón enarbolado tras la reconquista cristiana, y el retablo de San Jorge, pintura gótica del siglo XV de la escuela valenciana, pieza clave dentro del gótico internacional.
La tercera localidad cercana que guarda gran relación con la Cartuja de Valldecrist es la localidad de Alcublas, que al igual que Altura, fue donada en 1407 por el rey Martín I de Aragón a los cartujos, y que la gobernaron durante 427 años.
Esa huella ha quedado patente en la localidad, donde aún se conservan varios edificios vinculados a la gestión señorial, y algunos de los ventisqueros y masías de los que los religiosos obtenían productos agroalimentarios para la comunidad. El pueblo, por su parte, esta situado en el centro de una meseta a 780 m. de altitud, rodeado por los varios cerros en los que abundan los pinos, los olivos y la vid.
El casco urbano se apiña alrededor de la iglesia de San Antonio Abad (s. XIII-XVII) y su campanario, reconstruído tras su derrumbe en 1952. Su parte céntrica la componen estrechas calles y tres plazas, siendo las de la periferia mucho más amplias, tanto unas como otras. En el centro del pueblo se alza la Casa Capitular o Ayuntamiento (1603), que consta de planta baja, y una escalera de mármol negro local que da acceso a su dos pisos, acogiendo en el segundo una Sala de Exposiciones con interesantes pinturas murales debidamente restauradas. Su construcción se realizó con mármoles negros de la cantera de propiedad municipal, La Pedrera, de la que también proceden los mármoles de la Lonja de Valencia.
Otros edificios de interés de la localidad son sus cuatro peculiares ermitas dedicadas a San Sebastián, Santa Bárbara, Santa Lucía y San Agustín, estas dos últimas de planta hexagonal, y en la última de ellas junto al barranco donde brota el manantial de San Agustín, que junto al de la Cava, también del siglo XVII, resultan de vital importancia para la historia de Alcublas, que hasta esa centuria sobrevivía del agua extraída de algunos pozos, que resultaban insuficientes para el consumo humano, y cuyas obras de canalización conocidas como La Mena, terminarían en 1628.
Esa falta de agua es la que llevó a los vecinos a pleitear con los cartujos para poder construir dos molinos de viento sobre un cerro próximo (s. XVIII), hoy restaurados, para no tener que desplazarse hasta los que el monasterio tenía ubicados en la villa de Altura. Por último, destacar los restos del aeródromo del Llano de la Balsa, construido durante la Guerra Civil española en 1936.